El sueño de muchos padres es que sus hijos sean autónomos e independientes, sin embargo varía bastante la edad a la que quieren que logren esto y sobre qué hitos esperan poder observarlo.
La dependencia tiene muy mala prensa, quizás es porque todo ser humano proviene de la más absoluta dependencia y en la medida que nos desarrollamos ésta disminuye, resalto esta parte: “en la medida que nos desarrollamos”.
El camino hacia la autonomía es evidentemente paulatino y no necesariamente lineal, aquí muchos padres y madres tienen problemas por tener expectativas irreales de los procesos de maduración de los hijos.
Para tornar todo más complejo, los niños/as, incluso hermanos/as, no tienen la misma velocidad, frecuencias, ritmos ni descansos, en su maduración y desarrollo. Al parecer intentar hablar sobre la dependencia de los niños es un fenómeno complejo con un amplio número de factores a considerar.
La dependencia en la infancia es natural, esperable y sana, el camino hacia la autonomía es lento, paulatino, incluye retrocesos y rápidos avances también. Los niños/as nos van diciendo con su comportamiento cuándo están listos para pasar a una segunda o tercera etapa.
Al principio un bebé en vigilia no tolera la separación con su cuidador ni por un instante, al pasar los años estos tiempos de tolerancia van extendiéndose y cuando eso no ocurre el niño/a no ha experimentado los niveles de seguridad suficiente que le permitan avanzar en el camino de la autonomía. Esto es muy importante, la seguridad que un ser humano experimentó sobre todo en la primera etapa de la vida, va entregarle llaves que abren puertas de autonomía, autoconocimiento y autoestima.
Si quieres fomentar la seguridad de tus hijos, acepta que dependen de ti, satisface desde un principio su necesidad básica de contención, cercanía y permanencia. El niño/a seguro/a es el que primero logra salir a explorar sin desafiar el peligro.
Suele ocurrir que cuando los padres y madres se quejan de lo dependientes de sus hijos, se presentan dos variables como más probables, que el hijo/a haya experimentado la profunda sensación de abandono (siendo esta real o circunstancial) en algún momento de su vida y se haya instalado el temor a la pérdida, o bien los padres han entregado el mensaje abierto o encubierto de que el mundo es peligroso y si se aleja le puede ocurrir algo malo.
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