
INVESTIGACIÓN:
CUANDO LAS PAREJAS DISCUTEN
En algunas de las investigaciones más
interesantes acerca del éxito y el fracaso en el matrimonio en la actualidad,
John Gottman, profesor de Psicología en la Universidad de Washington, en
Seattle, ha registrado en vídeo una conexión entre el "ruido
psicológico" y el deterioro de la sociabilidad.
El profesor Gottman ha observado lo que
sucede en los CUERPOS de las parejas casadas mientras discuten. Lo que hace es
invitar a una pareja a su laboratorio,
los conecta a varios sensores, y les pide que discutan un tema en el que están
en desa- cuerdo. Mientras los miembros de la pareja discuten, los monitores
miden el intervalo del ritmo cardíaco, el tiempo de transmisión del pulso a los
dedos, la amplitud del pulso, el nivel de conductividad de la piel y la
actividad somática general.
Y Gottman descubre que cada una de estas
mediciones registra un aumento en la excitación. En razón de que la conductividad
de la piel opera a través de un sistema bio- lógico diferente del que
corresponde al pulso y a los intervalos cardiacos, Gottman piensa que los
diversos sistemas afectados por el conflicto conyugal están tan extendidos por
todo el cuerpo que ha denominado a este estado 'excitación fisiológica difusa'.
Dicho de otro modo: 'ruido psicológico'.
Cuando varios índices de excitación fisiológica aumentan, una persona ha
entrado en un estado de 'ruido psicológico'.
Las consecuencias de este estado para el funcionamiento
de una persona casada, ha señalado Gottman, son uniformemente negativas. En
principio, un estado de excitación fisiológica difusa, o ruido en nuestra
terminología, deteriora la capacidad de la persona para procesar información.
Para decirlo sin rodeos, una vez sumidas en el estado de ruido, las personas no
son tan lúcidas como cuando están tranquilas.
En este estado la memoria se deteriora, y con
ello nuestra capacidad de responder eficazmente a la totalidad de los datos que
se nos presentan. Y se torna difícil conservar un pensamiento: las reacciones
se tornan automáticas, instantáneas. Finalmente, más allá de estas
dificultades, la excitación fisiológica intensa también disminuye la capacidad
de razonar, un fenómeno que los psiquiatras llaman VOLVERSE CONCRETO.
Una vez que nos hemos vuelto concretos,
asignamos valor a las cosas por su aspecto externo; ya no respondemos a los
indicios más sutiles y al subtexto de las interacciones sociales, ya no somos
capaces de pensar en términos de abstracciones, y nuestra capacidad para
conceptualizar o proyectar hacia el futuro también disminuye.
En el estado concreto las conversaciones
entre los cónyuges toman un tono de represalia. Si un esposo se queja por
enésima vez en el día de que no hay comida en la casa, su esposa le responde de
inmediato con una observación punzante sugiriéndole que tal vez debería salir a
comprarla él mismo.
El hecho de que él pueda estar aludiendo a
alguna otra cosa, su vida sexual, digamos, o sus preocupaciones laborales,
planea muy por encima de ambos. Esto no significa que toda comunicación entre
los miembros de una pareja se refiera siempre a 'alguna otra cosa': a veces una
discusión sobre la compra es una discusión sobre la compra. Pero lo que ocurre
cuando las personas se vuelven concretas es que no tienen forma de ponderar la
profundidad o los posibles subtextos de la situación.
El trabajo de Gottman es fascinante porque a
través de las grabaciones en vídeo él puede mostrar el punto en el que una
discusión conyugal se convierte en pura defensividad, hostilidad e insultos.
Este deterioro coincide con una aceleración del pulso de cada miembro de la
pareja. A medida que las pulsaciones aumentan, la capacidad de discutir
razonablemente desaparece. Es una correlación directa y llamativa: tan nítida
que Gottman les aconseja a las parejas en conflicto que se tomen el pulso en
medio de la disputa.
Según su experiencia, cuando un hombre llega
a un promedio de ochenta pulsaciones por minuto, y una mujer a noventa, no
tiene mucho sentido continuar. Para ambos sexos, escribe Gottman, haber pasado
las cien pulsaciones es razón suficiente para terminar la discusión.
Una persona cuyo corazón late a una velocidad
de cien pulsaciones por minuto, debido a la furia y no a un ejercicio de
aerobismo, ya no es capaz de comprender ni de responder inteligentemente lo que
su compañero o compañera está tratando de decirle.
Gottman ha notado que otras destrezas
sociales también se debilitan. A medida que nuestra capacidad de procesamiento
se deteriora, el ruido nos retrotrae a lo que los psicólogos llaman conductas
sobreaprendidas (el fenómeno que Freud caracterizó como regresión). Las
conductas sobreaprendidas son aquellas que conocemos demasiado bien. No es una
coincidencia que se trate de las conductas de 'orden inferior', que aprendimos
y practicamos de niños.
Todos sabemos aullar, gritar y llorar, todos
sabemos enfurruñarnos e insultar. Conocemos tan bien estas conductas que no
tenemos que pensar para actuarlas, y ésa es la cuestión. Cuando el ruido de
nuestro cuerpo y de nuestro cerebro daña nuestra capacidad de procesamiento de
orden superior no logramos acceder a las destrezas sociales de orden superior
que habíamos desarrollado como adultos. Y nos vemos empujados a las rabietas de
la infancia.
También para esta pérdida hay un substrato
biológico: las conductas sobreaprendidas están mejor instaladas en el circuito
neuronal del cerebro. Las destrezas sociales de orden superior, las destrezas
que adquirimos con la madurez, son las conexiones más recientemente adquiridas
y, en consecuencia, son las destrezas que cuentan con las conexiones sinápticas
más débiles. Nuestras conductas y asociaciones más primitivas, las conductas y
asociaciones de la infancia, son acciones que hemos repetido una y otra vez, y
han dado como resultado conexiones sinápticas que resultan más fuertes, más
robustas, más AJUSTADAS que las que subyacen a nuestras conductas maduras, que
han sido adquiridas más recientemente.
El ruido interno obtura los niveles
superiores del cerebro, las conexiones sinápticas más débiles, y retrotrae al
afectado a las conductas sobreaprendidas, sinápticamente robustas, de sus
primeros años.
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